En Chengdú viví cuatro días en la casa de una familia china. La primera mañana me encontré con un desayuno que no sabía cómo comer: un pan cocinado al vapor relleno de cerdo y ají, un huevo duro sin pelar y un bol lleno de leche. Cuando me senté a la mesa no sabía qué hacer. ¿Meto el huevo en la leche? ¿Eso es leche, no? ¿será de vaca o de cabra? ¿Me como el huevo así como viene? ¿Para pelarlo lo golpeo sobre la mesa o eso será mala educación? Pará, ¿pero es un huevo duro, no? ¿o estará crudo? Mirá si lo golpeo sobre la mesa y resulta que no está cocido… ¿La leche la tomo fría? ¿Le pongo café? ¿Me animo a pedir azúcar? ¿Como el pan con palitos o con la mano? Imagínense: primer día en la casa de una familia china súper tradicional, no quería hacer nada fuera de lugar. Además pensé: estoy en China, en la antípoda de mi país, seguro que acá se hace todo al revés que en Argentina. Así que metí el huevo en una servilleta y lo golpeé contra el piso, abrí el pan, le saqué el relleno, mezclé todo en la leche, hice un bollo con la mano, lo puse en el plato y me lo comí. MENTIRA. Le pregunté a Susie, mi anfitriona, cómo comer todo eso y fue exactamente como pensaba: mezclé la leche con café, me comí el pan con la mano, pelé el huevo duro, me lo comí. Fácil.